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En la Floristería

 



Es lo que me dijiste: que tendría mi oportunidad más prometedora en la floristería, esa de Quintana, él de la barba, que me pusiera a contar las rosas y margaritas para la señora Quintana. Vivo enfrente, en la primera planta, piso exterior. La floristería no es nada impresionante, más bien normal, pero Quintana la lleva con su mujer, nombre de pila: Daisy. Y bueno, ninguno de los dos me caían mal. Al uno, le compré un cactus en el ‘92, y me saludó todos los días después, cuando pasaba por delante de su local, aunque nunca jamás le compré algo. La otra, cada vez que la veía en la calle, me invitaba a comer empanada, bien rica, como se hace en Galicia. 


Pero me engañaste.


Para la señora Quintana, conté las rosas y las margaritas, las pesetas, y los peniques. Más tarde, ordené los billetes de euros. Regué, corté, até los claveles, las espadas de San Jorge y los ficus lyrata. Limpié los cristales y barrí el suelo. Nunca les robé nada.


Durante años pues.


Pero casi no me conocen. No me quieren conocer. Porque no soy Quintana. Porque ni siquiera soy de esta ciudad. Me engañaste porque yo te conté como amigo; y luego me di cuenta de que el favor lo hiciste para ellos, no para mí.

 
 
 

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1 Comment


Hmmm... una historia desgraciada, las mentiras siempre traen cosas desagradables... 🤨

Muchas gracias por tu participación.

Una curiosidad, ¿este sitio está en Wix? 😀

Un abrazo.

Mercedes.

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